12 jul 2009

Una mañana de invierno

Aquí estoy de nuevo,
no puedo consagrar mi sueño,
en mi baño las paredes lloran sin cese,
en las afueras el gallo canta su canción diaria y matutina,
a lo lejos,
en la cordillera,
un sol alegre y dormido se levanta tras un largo descanso.
Y yo sigo aquí, atrás de mis palabras,
escribiéndolas con sangre,
siendo un simple lacayo de mis pensamientos y sentimientos.
¿Por qué no vienes a mi Orfeo?,
ven con tu hermosa y poderosa liria a hechizarme con tu poder,
a entrar en ese mundo de fantasías y ficciones,
donde la realidad se queda atrás,
y las leyes de la ciencia no tienen poder.
Estuve toda la noche pensando,
en palabras hermosas,
en equinoccios de soles,
en primaveras eternas y otoños naranjos,
en veranos refrescantes e inviernos tormentosos,
en romances eternos y amores imposibles,
donde yo era Romeo y tu Julieta.

Mi mente no cesaba,
estaba ansiosa por escribir,
por seguir escribiendo,
con tinta de sangre y dolor,
siendo peón de mi corazón.
Mi cama aún sigue caliente,
y mi almohada me llama coquetamente,
pero las letras le ganan a la tentación del sueño,
ya tuviste tu tiempo seductor Orfeo,
decidiste pasar tiempo con tu Eurídice en vez de hacer tu trabajo.
Pero no te preocupes dios todo poderoso,
te comprendo, te comparto, te perdono.
Como todas las noches,
no pude soñar con Eros,
con su poder e importancia,
sino que soñé en un mundo en blanco,
donde no existía nadie ni había nada,
ni dolor, ni alegría, riquezas ni pobreza.
Pero gracias Orfeo, ya que así complazco a mi mente,
mis deseos
y combato contra Nix,
porque escribir es mejor que mil sueños de mi limitada y seca mente,
me abre un mundo imposible,
de palabras hermosas,
de poder caótico,
de bellezas extravagantes.

Pero aquí estoy, atrás de mis pensamientos,
ordenando las letras,
para así complacer a mi señor,
a mi amo y señor.

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