2 ago 2010

La Bella Durmiente

“Erase una vez un rey y una reina que estaban muy tristes por no tener hijos, y su tristeza era tan inmensa que no hay palabras para describirla.
Por ese motivo fueron a tomar las aguas a muchos balnearios, hicieron votos, ofrendas, en fin, todo lo que se podía hacer se hizo y no sirvió para nada, de momento, hasta que un buen día, la reina tuvo una niña, y se dice que en el magnífico bautizo, se le dio a la princesita, por madrinas, a cuantas hadas se pudieron encontrar en el reino. 7 hadas fueron encontradas y les pidieron que cada una de ellas le concediese un don, como era la costumbre de las hadas en aquellos tiempos, y la princesa tuviese, por este medio, todas las perfecciones imaginables…”


-Madre, ¿Cuándo me iré?, estoy aburrida de no poder ver el sol y estar encerrada en esta pieza fría y aterradora. Extraño a mis amigos-decía Consuelo con voz desesperanzada y triste.
-Hija-respondía la única compañía en la habitación- un día llegará un hombre, un hombre cuyo corazón sea tan radiante como el sol, cuya esencia te recuerde los días donde podías caminar y que el viento te acariciaba tu rostro. Un día el llegará y con sus labios de carmesí, el te liberará de tu tristeza, de un solo beso te despejará de todo mal que pueda asecharte, reirás y con alegría lo miraras, agradecida de que una vez, con un beso poderoso, te liberó y alejó de todo mal.
-¡Pero mamá!, ¡lo he esperado día y noche y tan solo aparece en mis sueños!
-No te apresures bella durmiente, que lo bueno tarda en llegar, espera paciente el momento indicado, pero te prometo hija mía, que luego de su beso apasionado y romántico, no te acordaras de este tormentoso suceso y tan solo le veras como una pesadilla lejana.
El día estaba radiante ahí afuera, la única imagen que se podía ver desde la posición de la cama a través de la ventana era una parte de la copa de un árbol, que danzaba junto al compas del libre viento que viajaba por los parajes más increíbles.
-¡Buenos tardes Consuelo!- saludó simpáticamente la enferma de ella, María- ¿Cómo te encuentras hoy?, ¡me dijeron por ahí que mañana cumplirás 17!
-¡Siiii!- respondió alegre y entusiastamente Consuelo.
-¿y Qué pedirás?
-¡No!-dijo sonriendo- te reirás de mi.
-¿Yo?, te prometo que no.- dijo mirándola a los ojos con una seriedad confortable y materna.
-Quiero que llegue el hombre que me liberará de esta maldición.-dijo confesándose- que con un beso único, pueda sacarme de este sueño en el que estoy encerrada.
-Haré lo que pueda pequeña, dijo sonriendo María justo cuando terminó todo el chequeo médico.-Nos vemos Tortuga.
Las horas del día pasaban y pasaban y por la puerta no entraba ningún apuesto hombre valiente y radiante que estuviera dispuesto a sacarla de aquel abismo. El sol vino y se fue, pero a pesar de todo, la fe seguía en pie, dentro de su corazón sabía que tarde o temprano, aquel hombre llegaría y que con un beso la despertaría de toda esa pesadilla.
Ese día pasó rapidísimo gracias al entusiasmo de que mañana, celebraría su cumpleaños número 17. ¿Qué me regalará mi mamá?-se preguntaba a cada segundo Consuelo- ¡y María!, ¡quiero que sea mañana!- Así, poco a poco se fue sumiendo en la tranquilidad de su sueño.
“… En la ceremonia, las 7 hadas vinieron a otorgarle un hermoso regalo, La primera le dio el don de ser la más bella del mundo, la segunda le auguró que tendría un espíritu angelical, la tercera que poseería una gracia admirable en todo aquello que hiciera, la cuarta que danzaría perfectamente bien, la quinta que cantaría como un ruiseñor, y la sexta que tocaría todo tipo de instrumentos musicales a la perfección, pero entre la ceremonia, aparece el hada malvada, escondida en su guarida hace años. ¡Se olvidaron de mi!-gritaba con ira. Dulce princesa, ¡yo te otorgo una muerte segura a causa de un huso!, al pronunciar estas palabras, todos en la sala estallaron en llanto. Pero luego apareció la 7a hada, “no se preocupe su majestad, que su hija no morirá, tan solo caerá en un sueño centenar”…

Los rayos del sol ya se asomaban por la ventana, el único conducto que la unía del exterior era aquella iluminada ventana, algunas tardes se imaginaba a ella volando como los pájaros saliendo por aquella ventana, recorriendo mares y lugares nunca antes vistos, pero esa no era la ocasión, hoy día era su cumpleaños, y era motivo para celebrar.
Al momento de abrir los ojos, su madre ya la estaba esperando ahí afuera, en la habitación helada y escalofriante, pero que esta vez tenía una tez más cumpleañera y alegre, llena de globos y detalles decorativos.
-¡FELIZ CUMPLEAÑOS!-gritó su madre al ver que su hija despertaba de su placido sueño. La alegría y contento que sintió al ver a su madre deseándole feliz cumpleaños era una de las sensaciones más exquisitas que podría sentir. Su madre nunca la dejaba, día y noche la acompañaba en su soledad, defendiéndola de aquella frialdad irradiada por aquella solitaria y quirúrgica sala.
-Hija mía, ya eres la más hermosa de todas, danzas como diosa y cantas como musa inspiradora, eres un ángel al cual adoro y admiro, tu personalidad encantadora crea caminos y castillos y tu habilidad para la instrumentos supera a los grandes poetas musicales.
No tengo más que darte que tu… -¡FELIZ CUMPLEAÑOS!- era casi todo el departamento de enfermería, María iba a la cabecera sosteniendo una torta de manjar, su favorita, con 17 velas en la superficie. Las llamas bailaban juguetonamente en su eje invitándola a cumplir finalmente, sus 17 años.

…te deseamos a ti.-¡BRAVO!- gritaron todas las enfermeras aplaudiendo entusiasmadamente.
-ahora, 3 deseos-y un silencio inundó la sala.
-…..Deseo ser libre…….
-…..Deseo ser feliz………
-…..Deseo volar como un pájaro….
Al momento de terminar sus 3 deseos, con entusiasmo detuvo el baile sensual de la llama de las velas, dejando una estela de humo que se elevaba y desaparecía con el aire, podía ver como sus deseos se iban volando a algún lugar para que se cumplieran en un futuro próximo.
Luego de muchas risas, sorpresas, regalos y torta, era hora de irse a trabajar, las enfermaras partieron en fila india despidiéndose de las 2 hermosas mujeres. Tras un rato, nuevamente se encontraban ellas y la habitación.
-¿Cómo la pasaste?-preguntó con una cálida sonrisa y ojos llorosos.- ¡SUPER!-gritó de entusiasmo Consuelo, pero, ¿Qué pasa madre?, ¿Por qué esas lagrimas?.
-Hija, mi regalo es tu príncipe, las promesas son deudas.

“…Al cabo de quince o dieciséis años, el rey y la reina fueron a una de sus mansiones de verano y sucedió que la joven princesa correteando un día por el palacio, y subiendo de habitación en habitación, llegó hasta arriba en donde había un desván, en el cual una viejecita estaba sola hilando con su rueca. -¿Qué hacéis vos, buena mujer? –quiso saber la princesa.
-Yo hilo, hermosa niña –le respondió la viejecita que no la conocía. -¡Ah, qué bonito es!- exclamó la princesa- ¿Cómo lo hacéis?, dádmelo pues quiero ver si yo también sé hacerlo.
No bien la princesa hubo cogido el huso, lo que hizo con un gesto vivo y un poco atolondrado -por otra parte la voluntad de las hadas lo ordenaba así-, se atravesó la mano cayendo desvanecida.
El rey al descubrir lo ocurrido, mandó a que acostaran a su bella hija a la torre más alta y bella del castillo. e hubiera dicho que parecía un ángel de lo bella que estaba, pues su desvanecimiento no había borrado los vivos colores de su tez; sus mejillas permanecían encendidas y sus labios como el coral. Todo era tristeza, pero el rey ordenó que la dejaran reposar, hasta que su hora de despertar llegara. La hada buena, al informarse de esto, corrió al castillo para hacer dormir a todo el reino, para que cuando la princesa se despertara de su placido sueño, se encontrara con la misma gente que conocía…”

No podía creer lo que estaba escuchando, antes de que pudiera siquiera pensar en su regalo, en la puerta, que pasó vacía durante tantas noches, apareció un hombre alto y macizo. –Buenos días joven princesa- saludó cordialmente aquel hombre, ¿me estabas esperando?-preguntó con una sonrisa irresistible en su rostro.
-Acércate, acércate por favor-decía estupefacta ante la utópica escena. A los pocos pasos, el aroma cálido y fresco que salía de su ser la cegó en un mar de euforia y libertad, la mezcla de feromonas con esa voz cálida la sumó en un estado de alucinación única.
Al otro lado de la sala se encontraba su madre llorando descontrolada, pero eso lo vería después, ahora era el momento que tanto había soñado. La alegría la llenaba y la cegaba, miraba aquellos hermosos labios que guardaban el secreto de su libertad. Su boca pedía a gritos el contacto de esos labrios de color carmesí.
-¿Lista Consuelo?- preguntó coqueto y tentador.
-Prefirió no responder a esa pregunta estúpida y respuesta tan obvia, pero a medida en que su rostro se acercaba poco a poco al de ella, el corazón comenzó a latirle ferozmente, su respiración comenzó a entrecortarse, y sus labios mágicamente se encontraron con los de él.
Nunca sintió nada parecido, una ventisca de placer y libertad inundó todo su cuerpo, una paz interior recorrió su alma liberándola de todo mal. Ya no pensaba en lo aburrido que era estar en esa sala, o porque le había pasado eso, ahora yacía volando con los pájaros, tocando nubes y recorriendo parajes inalcanzables. Ahora estaba en el mar y en la cordillera, en la ciudad y en el campo, en el hospital y en su hogar, en los sueños y en la realidad, ahora, estaba libre.
-Te amo, Te amo, Te amo, Te amo Consuelo, Vuela querida hija, vuela en ese beso interminable.
Lejos, en otro mundo, en la misma sala, La madre de Consuelo yacía en la camilla abrazando a su hija con el cable en su mano, las lágrimas recorrían su rostro. El pitido de la maquina junto con los llantos de la madre era lo único que se escuchaba en la sala muerta.
-Vuela hija mía, vuela junto a tu príncipe, que te lleve a recorrer esos lugares que nunca visitaste. Te amo Consuelo, y nunca dejare de hacerlo. –Luego de esas cortas y profundas palabras, no pudo seguir mas, el llanto le ganó a la razón.
-Lo prometido es deuda, dijo la madre de Consuelo entre los llantos de sufrimiento y de amor.
Mientras que el llanto amargo y triste inundaba la sala de pena y muerte, un pájaro en la ventana, agitando sus bellas alas miraba la escena, y el cuento de la bella durmiente descansaba en la mesita de noche de tantas veces que fue abierto.

“Al cabo de 100 años, un príncipe cazador se encontró con este castillo rodeado de gente dormida. –Disculpe señor- le preguntó a un pastor a las faldas del reino.-¿Qué le ha pasado a toda esta gente?-Una tragedia amigo mío, una tragedia, pero tú puedes remediarla. En lo alto de aquella torre, una princesa joven y bella espera tu llegada y tu beso, para así romper con la maldición, que hace tantos años ha perjudicado a este reino.
El joven príncipe atravesó grandes plazas pavimentadas, para así llegar a la torre más alta que hablaba la leyenda. Al subir casi corriendo la escalera de caracol, se deslumbró y quedó perplejo ante la hermosura de aquella durmiente. Al acercarse lentamente, reposó sus labios en los durmientes labios de aquella hermosa princesa.
La maldición había acabado y poco a poco, los bellos ojos de la princesa comenzaron a abrirse, encerrándolos bajo un enamoramiento inmediato y perfecto.
Así es como el rey, la reina, la princesa, el príncipe y todo el reino vivieron felices por siempre.”

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